El panorama que encontró el sacerdote argentino Pedro Opeka al llegar a Madagascar, hace alrededor de treinta años, no podía ser más desalentador. En las afueras de Antananarivo, la capital, se extendía un enorme basurero donde cientos de niños se peleaban con los cerdos por un pedazo de comida. El sacerdote argentino se dijo: “Aquí no tengo derecho a hablar, aquí hay que actuar”. En Magis hemos querido difundir la historia del padre Opeka porque estamos al tanto de la necesidad de contar con ejemplos alentadores. En contraste, revisamos los motivos que pudieron tener los electores estadounidenses para elegir al nuevo inquilino de la Casa Blanca. El magnate supo encauzar en su discurso vociferante el resentimiento y el miedo de un vasto sector de la sociedad lastrado por la ignorancia y por la precariedad, y así fue abriéndose camino a lo largo de una campaña que, al tiempo que iba volviéndolo más aterrador, también aseguraba su triunfo. Esto ha sido, quizás, lo más grave: que la gente que votó por él lo hiciera sabiendo perfectamente quién era y de qué es capaz.